17 de julio de 2013

Ella...

Ahí estaba ella, sentada frente al espejo; un día más como muchos otros: la casa limpia, la ropa impecable y la comida hecha; pero hacía falta algo y ella sabía lo que era...
Quizás un poco de maquillaje lo arreglaría- pensó, y se dispuso a encrespar sus largas pestañas, oscurecer sus parpados y enrojecer sus mejillas; se vio reflejada y sintió que olvidaba algo, abrió las puertas de su armario y revolcó cada una de sus prendas; se cambió, se acercó de nuevo al espejo, creyó que sería suficiente y se dispuso a esperarlo.
Pasadas las ocho, ella observaba el reloj, miraba el teléfono a la espera de una llamada, pero nada ocurría, no tuvo más que hacer que esperar: de pie, frente a la ventana, angustiada, con el corazón en la mano pensando que algo debió hacer ocurrido. En seguida, tras el sonido de una sirena, no pensó en más que encomendar su hombre a Dios . Caminaba de lado a lado, subía y bajaba escaleras, era tarde pero se negaba a dormir, a empijamarse, a limpiar aquella obra de arte que tanto esfuerzo y dedicación le había tomado hacer de su cara; de repente, sonaron las guardas de la casa, bajó corriendo a saludarlo, el alma le había vuelto al cuerpo.
Él se disculpó por la tardanza y le beso la frente como era costumbre, subió a la alcoba y se dispuso a dormir. Ella desesperada buscó una tijeras, se quitó el vestido y arruino el escote, las mangas, la falda, aquel hermoso vestido que había decidido vestir para su marido quedó hecho trizas; las lagrimas arruinaron el maquillaje y un movimiento brusco desató su peinado. Así, ella, otra vez frente al espejo concluyó que era hermosa y no necesitaba que nadie se lo dijera, a la espera de un nuevo día, se quedó dormida.
A la mañana siguiente se arregló como de costumbre para ir al mercado, maravillando a todos a su paso, levantó la cabeza y sonrió al ver que el único inconsciente de su belleza era él, "su dueño"

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