La pasión: un platillo difícil de degustar.
El amor: un postre que no a todos le sirven.
Desde el inicio de los tiempos, la humanidad ha sentido la necesidad de alguien más, de vivir en compañía o por lo menos no en absoluta soledad; de sentir deseo y de la misma manera sentirse deseados; de ver, tocar y rozar un cuerpo ajeno, interactuar con él y volver a ser niños para hacer travesuras complacientes y dejar volar la creatividad, para inventar juegos como infantes pícaros que buscan un poco de adrenalina y diversión.
Para los que tienen creencias religiosas, es el deseo innato de obedecer la orden del creador de ser una sola carne. Para los menos espirituales, el instinto reproductivo que se mezcla con la capacidad afectiva. Pero para ambos casos, es una necesidad imperiosa que nace desde la partícula más elemental de cada uno de nuestros átomos.
Hoy en día vivimos en un mundo que corre a la velocidad de la luz; aunque en realidad quien corre no es el mundo sino nosotros: desesperados y angustiados por un mañana que tal vez no vendrá; sustituyendo las prioridades, dejando de lado deseos y gustos, intentando apartar de nosotros cualquier actividad que no nos pueda “resultar provechosa” o que no nos ofrece ningún tipo de remuneración. Debido a esto, el amor, la pasión, el deseo e incluso la familia, pasan a un segundo plano y sólo cuando nos encontramos solos en una habitación, contemplando el techo y sin posibilidad alguna de recibir calor humano, es cuando comprendemos la verdadera situación: la desolación de permanecer sin compañía alguna. Es ahí, en donde verdaderamente, y sin importar lo ricos o exitosos que podamos ser, pensamos en la llegada a la edad madura, nos vemos con arrugas en los ojos y contemplando el mismo techo y con la misma imposibilidad de encontrar en la noche oscura y fría quien abrace ese ser en el que nos convertimos por haber sido derrotados en la batalla del amor, de la convivencia en pareja que siempre desemboca en monotonía que nos arruina y nos pone de nuevo a iniciar de ceros. Perdimos aquella guerra en la que tantas lágrimas derramamos y decidimos no volver a interferir, porque descubrimos que finalmente eso es el amor: el delicioso dulce que nos ha dejado diabéticos y preferimos no volver a probarlo porque nos causa dolor de cabeza, mareos y náuseas.
Y es tan sólo cuando vamos caminando por la calle, nos encontramos esperando el bus o estamos tomando un café que sentimos un imán en alguien que atrae nuestra mirada, revivimos un sentimiento que creímos muerto y sin el cual habíamos podido vivir; sentimos un hormigueo y una llama se enciende en nosotros, vemos en unos labios la provocación y en un cuerpo la evocación de sensualidad; allí comprendemos que estamos vivos y que como dicen por ahí “la carne es débil”. Surgen ganas de recuperar aquellas experiencias de pasión, preparándonos para un viaje que Rosa Montero describiría como “el único que en verdad merece la pena realizar, ese viaje que te conduce al otro a través del cuerpo. Porque no hay prodigio mayor en la existencia que la exploración primera de una piel que se añora y se desea” y corremos tomando cualquier señal como indicio de ser correspondidos, nos aventuramos dejando de lado la posibilidad de un rechazo, nos apresuramos y malinterpretamos todo, acabando cualquier posibilidad existente y terminando donde empezamos: en una soledad absoluta, pero ahora con un sentimiento que renace y que buscamos complacer, siendo la pasión un platillo difícil de degustar pero preparado para ser explorado en todos sus sabores: sus picantes, sus dulces, sus saladitos y sin número de mezclas representadas por cada experiencia en la vida que nos pueda despertar sentimientos, que nos genere vivencias que nos hagan más fuertes, más conocedores y por qué no, más desafiantes. O por el contrario, cerrar una vez más las puertas de la búsqueda sin fin de compañía, devolviéndonos a la vida concentrada y encasillada al trabajo que impide a nuestra mente y a nuestro cuerpo extrañar a otro que no sabremos si llegará.
Algunos aspectos para corregir en cuanto a redacción, sin embargo, hay una buena propuesta. Las correcciones tienen que ver, más con la forma, que con el contenido.
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